El mensaje de que solo el pueblo salva al pueblo ha sido usado recientemente como forma de señalar a los políticos. Es a los políticos a quienes se culpa de la mala gestión de las cosas. Pero culpar a los políticos es una huída hacia delante, ya que si rascamos un poquito, la culpa nos cae encima de nuevo. Nosotros, el pueblo, somos en parte responsables de lo que nos pasa, de salvarnos y de condenarnos. La política no son los partidos ni las elecciones. La política es lo que hacemos los humanos para gestionar cómo vivir juntos, desde lo más pequeño como saludar a tu vecino en el ascensor a lo más grande como declararle la guerra a otros humanos. Desde esa perspectiva, todos somos responsables en cierta medida de la sociedad que nos rodea.

Pero estudiemos un poco la cabeza de turco que hemos elegido para nuestros problemas: los políticos, esos ciudadanos mediocres, torpes e inútiles, cuando no malintencionados, que viven de escándalo y no tienen preocupaciones. Los políticos no son un hecho natural que simplemente ocurre, los elegimos nosotros, así que ¿no es acaso nuestra responsabilidad elegirlos bien? Se suele decir que son todos iguales, pero más allá de que sea una excusa, ¿creemos que todos los políticos son iguales?

Si no creyéramos que todos los políticos son iguales, necesitaríamos tener un criterio para decidir a quién elegir, y por tanto, tendríamos que, forzosamente, hacernos cargo de nuestra responsabilidad al elegirlos. Elegimos a quien creíamos que lo haría bien, suponiendo que unos eran mejores que otros, por lo que si elegimos al que lo hace mal, es nuestra responsabilidad por haberlo elegido.

Lo verdaderamente curioso es la gimnasia mental que hacemos en caso de creer que todos los políticos son iguales y todas las opciones son malas. Entonces ¿por qué no nos presentamos nosotros? ¿Por qué? Si tan claro tenemos que lo haríamos mejor, que tienen una vida llena de privilegios y son todo ventajas, ¿por qué no nos presentamos nosotros? Esa pregunta nos pone ante el espejo y da igual lo que hagamos, porque cualquiera de los motivos nos deja a nosotros, el pueblo, en mal lugar. Podemos no involucrarnos porque no queremos complicaciones, porque nuestra vida individual nos importa más que la sociedad en conjunto, porque en realidad no somos tan listos como creemos y sabemos que no siempre haríamos las cosas mejor o porque la vida del político, lejos de la caricatura que pintamos para criticarlos, es una vida en la que hay que tener las espaldas anchas para soportar que tu vecino pase de saludarte en el ascensor a insultarte y llamarte hijo de puta sin despeinarse.

Así que mi conclusión es que los políticos son un reflejo del pueblo y tenemos los políticos que nos merecemos porque no nos molestamos en ser nosotros los que hagamos ese trabajo. Y tenemos que hacerlo. Porque vivir en sociedad es político. Decidir poner un piso en alquiler turístico o alquilarlo a una familia es político. El pueblo salva al pueblo, sí, cuando se involucra y no vive de espaldas a sus vecinos. Cuando participa de las decisiones y no cuando se abstiene y se mantiene al margen. El pueblo responsable salva al pueblo, y el pueblo irresponsable lo condena. Seamos responsables en la medida de nuestras capacidades.